viernes, 1 de abril de 2011

Brings the boys back home


Un flasback. Febrero de 1980. 8º de EGB. Preparamos la obra de teatro anual con la que el colegio recauda fondos para financiar el viaje de estudios. Estar en el grupo que organiza o protagoniza el evento nos permite librarnos de clases para ir a la discoteca donde se estrenará a hacer los preparativos... la cosa promete: cigarrillos, amiguetes y música. Gracias a mi hermano y mi cuñado, la música se ha convertido, desde el verano anterior, en parte fundamental de mi ocio (que, por otra parte, es el 90% de mi tiempo en esos momentos, y no soy capaz de recordar a que dedicaba el otro 10%). El hijo del dueño de la discoteca es colega y nos permite pinchar lo que queramos. Allí, entre cientos de discos incunables, y casi recién llegado a nuestro pueblo, hay un disco con una portada muy curiosa: un muro blanco en el que puede leerse, sencillamente,

Pink
Floyd
The 
Wall 

Fue mi primer descubrimiento musical autógeno... y sigo recurriendo a su sonido inquietante cuando necesito un poco de aislamiento ensimismado.

31 años después, tengo al fin la oportunidad de escucharlo en directo. Pink Floyd ya no es Pink Floyd, y mi ocio ya no ocupa el 90% de mi tiempo (a pesar de que lo intento desesperadamente), pero Roger Waters sí sigue siendo Roger Waters (a dios gracias) y su perseverancia nos reconcilia con lo mejor que se nos quedó en el camino.

Así que un día del pasado diciembre, y presa de un más que insano envenenamiento etílico, en plena fiesta de cumpleaños de una buena amiga, tiro de internet y visa y compro catorce entradas para otros tantos valientes. El niño atormentado por maestros, madres, mujeres y drogas, que cuenta ya más de 65 tacos, dará en Madrid dos conciertos, y en uno estaré yo (seguramente habrá más gente, pero a mi lo que me importa es que, esta vez, estaré yo, otra vez con amigos y tabaco).

El pasado viernes se cumplió la exigencia y los chicos volvieron a casa, y volvieron de forma triunfante.


El palacio de deportes se llena poco a poco, es la hora, unos minutos de retraso. Suena la megafonía: vamos a empezar. El señor Waters quiere decirnos que está autorizado hacer fotos (mierda, no traje la cámara haciendo caso a las instrucciones de la entrada. Gracias a dios, mi amiga Conchi lleva la suya y voy a machacársela). Esto es una buena forma de hacer amigos (pienso).


Un preludio suave de trompeta da paso a fuegos artificiales con In the flesh?. Después sobrevuela nuestras cabezas un avión en picado que se estrella envuelto en llamas contra el omnipresente muro.

El muro crece, y poco a poco aísla del mundo al músico. Su música no, su música sigue inundando un pabellón de deportes que me sorprende con una acústica magnífica, que no desmerece la calidad visual y sonora del espectáculo. Porque lo mejor, lo mejor de todas esa noche (aparte de la compañía y las miradas cómplices de los amigos y de Lola, que me confirman que sienten como yo el momento), lo mejor, digo, es la impresionante calidad musical y la perfección del sonido. Todo está perfectamente sincronizado, los intérpretes son virtuosos discretos y humildes. La mezcla es exacta, precisa, ninguna estridencia, ningún rumor indigesto en los oídos. El LP del concierto de Berlín (con algunas bajas significativas, que no se echan demasiado de menos) se despliega ante nosotros con precisión, en directo. Mejor incluso, más espontáneo, menos barroco. Alucinante.


Después de un poco de hielo, al fin el primer ladrillo del muro: Daddy, what you leave behind for me?


Y sin solución (de continuidad), los días más felices de nuestra vida.


Aparece en escena el monstruoso profe con su fusta, el segundo ladrillo, y un coro de niños canta... we don't need no education... taaaan, tachaan, taaaan ta-taaaa-tam... ey, teacher, leave the kids alone!!! el profe se acojona y se va. Adios.


Ahora RW se centra en su hiperprotectora madre, tal como la trajo al mundo (es decir, como la cantó por primera vez en directo, el solo, con su acústica). Se proyecta en la pantalla y el muro, en un monocromo radical su imagen juvenil en aquel concierto, haciéndole el acompañamiento perfecto.
Unos bombarderos amenazantes descargan su mortífera carga de símbolos: cruces, medias lunas, estrellas de David, hoces y martillos, dólares, conchas de shell... ruina, y claro, al bueno de Roger ''need a dirty woman''.



Un inquietante rostro de mujer llora en el muro lágrimas rojas y verdes mientras suena don't leave me now.  El sonido estalla.

Tercer ladrillo. I dont need no drugs to calm me. El muro se está cerrando.




Goodbye cruel word, canta Rogers asomado al último hueco de su muro. Es el intermedio, pero nadie se mueve. Todos miran pasmados a la blanca pared. Algún guiño, un beso, un apretón de manos... Se proyectan imágenes y fichas de muertos y desaparecidos en guerras declaradas o no. 






Reaparece con Hey You (Together we stand, divided we fall). Melódica, redonda, suena mejor que en disco. Impresionante.


Sí, Rogers, estamos aquí afuera, al otro lado de tu muro. Algunos huecos en el muro a media altura nos dejan ver a los guitarras.













Ahora, abajo, un hueco algo mayor nos muestra a Waters en su triste habitación. Nadie en casa.


En el muro se proyecta ahora una escena real de un documental que nos muestra a una niña emocionada cuando en su clase entra un soldado que resulta ser su padre: Bring the Boys Back Home. El sonido se vuelve filarmónico, grandilocuente, casi marcial.












Y de ahí al sonido melodioso e indolente de comfortably numb. No es Van Morrison (como en Berlín) pero ni falta que hace. Canta Waters desde el suelo y desde lo alto del muro la réplica de la segunda voz y el guitarra. El muro se retuerce en una espiral lenta y vertiginosa. Se oscurece. Suena In the flesh. 
















Waters se acerca, lo golpea en pleno centro y el muro estalla en cristales de colores.
















El espectáculo se acelera (run like hell) y el decorado se transforma, se radicaliza, machacón, agresivo. Un cerdo negro cargado de consignas sobrevuela el escenario. El muro, por obra y gracia de la ingeniería visual, se transforma en un frontal de columnas y banderas. Es el tiempo de los gusanos, aparecen entre las columnas, se enroscan, lo llenan todo, mientras músicos con vestimentas nazis arengan la miseria. Desfilan los martillos...






Un muñeco roto de trapo se encuentra sentado en lo alto del muro... su triste mirada sin ojos no presagia nada bueno... se lanza al vacío. Es hora de el juicio The trial. Aparece el severo juez. Desfilan los testigos. Las imágenes (son las originales de la película) son ahora las protagonistas absolutas. La cara del niño-muñeco es la imagen del horror.




















El juez lo tiene claro. Ya está bien de tonterías. Mira dentro del muro con su ojo omnisciente, tiene que salir de ahí y vivir como un animal productivo más: TEAR DOWN THE WALL... y el muro cae.








Todo ha terminado para nosotros.


Una más de despedida, luz sobre los músicos, presentaciones, agradecimientos, aplausos, emociones... hemos vivido juntos un momento único. No olvidarlo es ahora asunto nuestro.


Mereció el gozo.


NOTA: dejo pendiente agregar las fotos.












UNAS CUANTAS FOTOS SUELTAS

















2 comentarios:

  1. el muro me impactó a mi también en mi primera juventud.
    Te envidio.
    yo todavía escucho como tu algunas canciones del disco que me recomponen.

    felicidades por seguir disfrutando del mundo que te rodea a pesar de que continúan existiendo los muros.

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  2. Me ha encantado tu descripción tan vivida, soy un ignorante de la música pero leyendolo he disfrutado así que tendré que aprender. Felicidades por hacer realidad tus deseos.

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