sábado, 5 de marzo de 2011

Así que pasen 20 años...

 Sí, casi veinte años han pasado desde aquel día del año 1991 en que viajé a Pamplona para visitar la Clínica Universitaria de Navarra donde iba a tener mi primer contacto con un acelerador de electrones de uso clínico (un CLINAC, en la jerga habitual del oficio) de la mano de  Lluis Escudé, mi colega (y sin embargo amigo, como dice Manuel).

Unos meses después, en mayo de 1993, el Hospital Universitario San Cecilio de Granada instalaba su primer acelerador de electrones, un MEVATRON™ KDS. Esa máquina sigue hoy dando batalla diaria a la enfermedad en ese mismo hospital. Y lo ha hecho solo ante el peligro en los últimos años, desde que se desmontara, tras 22 años de servicio, la unidad de telegammaterapia Theratrón 780.

Él ''solico'', como decimos en Murcia, hasta esta semana, cuando en nuestro hospital ha comenzado a prestar servicio el heredero de aquel acelerador, de nombre ARTISTE™, con las más modernas capacidades terapéuticas: colimador multiláminas (MLC) de alta resolución, sistema electrónico de imagen portal (EPID) y tomografía de haz cónico (CBCT). Con este nuevo equipo el hospital San Cecilio se sitúa en la vanguardia de la radioterapia a nivel nacional, al menos en cuanto a medios tecnológicos. Hacer de esa posibilidad técnica una realidad clínica dependerá a partir de ahora de nuestra capacidad para seguir aprendiendo y mejorando.

Pero debajo de todos esos avances tecnológicos, debajo de su cerebro digital, de su dentadura afilada, de sus ojos robóticos, late el mismo corazón electromagnético, que con sus 3000 millones de latidos por segundo (3 GHz, en lenguaje técnico) impulsa las partículas que fluyen a través de su enorme boca para irradiar los tejidos neoplásicos de nuestros pacientes. Porque poco ha cambiado en ese aspecto, la producción del haz, la tecnología de estos equipos que son hoy por hoy el arma principal de la radioterapia.

Y tal vez pueda parecer un friki, pero os aseguro que hay mucha científica belleza en el modo en que unos cuantos vatios de potencia eléctrica común se convierten en un poderoso e invisible bisturí de partículas de alta energía,  y en la forma en que esas partículas nos permiten controlar e incluso detener el crecimiento de las células neoplásicas malignas... pero eso será motivo de otra entrada... o de más de una.

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